viernes, 10 de septiembre de 2010

Ángel

(De Andrés Olea Rebolledo, todos los derechos reservados).


La doctora Ángel llevaba 6 horas y 4 cafés en el turno de noche del Hospital de Concepción, hacia calor, lo cual era extraño para una noche de Julio en una ciudad tan al sur del planeta. Sin embargo la extraña temperatura no era nada de extraña al lado de la inmensa tranquilidad que, por primera vez en los 4 años de la Doctora en el lugar, parecía inundar cada rincón del antiguo hospital. No había quejidos, ni peticiones, ni lamentos. La sala de urgencias estaba vacía y hasta los más agónicos pacientes permanecían en una etapa de ensueño que al principio alertó a los funcionarios del hospital, pero luego los dejó en un mutismo colectivo de incómodo temor.

Temor que era compartido por la Doctora María del Carmen Ángel, 26 años, pequeña, delgada, de delicados ojos café y pelo castaño, pero capaz de saltar sobre una camilla para hacer resucitación o de meter sus manos dentro de un útero para sacar a un bebé mal ubicado, con una entrega total a su vocación que le valió el apodo de “el Ángel doctor”, entrega total, que cambiaría por completo esa noche.

Caminaba por vigésima vez el trayecto desde su oficina a la sala de recepción, esta vez con dos tazones de humeante café, el sin leche era de ella, el otro, era para la recepcionista, Javiera, o Doña Javiera como le decía la Doctora, a pesar de la costumbre de que los rangos inferiores trataban de usted a los superiores y al contrario los superiores tutearan a los subalternos, María no podía tratar de “tú” a una señora de 57 años.

- Tome doña Javiera, espero que le guste.
- Angelito, por que no me dice Javierita no más, como el resto del personal.
- Por que mis padres se levantarían de su tumba solo a abofetearme por ser tan falta de respeto.
- A los años?
- A la Experiencia.
- Jajaja, siempre tan amorosa, pero le digo algo, en mis 38 años de servicio a la salud, jamás había tenido una experiencia como esta – dijo Javiera mirando alrededor – un hospital así de tranquilo… debería ser una bendición, pero por algo que no me explico, solo le puedo decir que me siento muy asustada.
- A mi me pasa igual, creo que a todos nos esta dando miedo, entre esto y el calor pareciera que…
- Se acabará el mundo…

Se produjo un instante de silencio, ambas se miraron y dieron un sorbo a sus respectivos tazones, luego se largaron a reír en una sonora carcajada que hizo saltar de susto a varios alrededor.

Pero la carcajada se tuvo que cortar, la puerta principal se abrió de par a par, una madre desesperada encabezó la comitiva, pedía ayuda para su hijo, detrás de ella dos jóvenes traían a rastras a un tercero, cuya palidez le hizo creer a la Doctora Ángel que el chico ya estaba muerto, hasta que escuchó su voz.
- Por favor…, mi espalda, el calor… - luego el joven se desmayó.

Esa mañana

Marcos se había levantado tarde para su último día de clases, antes de las vacaciones de invierno, las pesadillas que tenía desde hace tres semanas, otra vez le hicieron estar más cansado que de costumbre. Sin embargo, el frío de esa mañana le despertó lo suficiente como para que pudiera concentrarse en los últimos informes que le dieron en el instituto, en general no era un mal balance para el semestre, podría disfrutar de las vacaciones y estaría tranquilo para el campeonato de pool que tendría en la tarde con dos amigos del instituto en su casa.

A media mañana, Marcos miró al cielo y vio el círculo casi perfecto que se formó, abriendo un espacio entre las nubes. Fue entonces cuando comenzó a sentir el calor en su espalda.

La madre de marcos, Josefa, era una mujer grande y esforzada, excelente chef de un conocido hotel de la Ciudad. Se las había arreglado para sacar adelante a este hijo tímido pero brillante, a pesar de todo lo que se puso en contra de su nacimiento, el abandono del padre, 3 accidentes serios durante la gestación y los eternos 7 segundos sin respiración del bebé recién nacido, le hacen sorprenderse hasta las lágrimas cada mañana, cuando este joven de metro 80 le dice “me voy a clases mamá, te quiero mucho”, desde la entrada de su habitación. Ya que ella duerme hasta más tarde, debido a los horarios de trabajo.

Sin embargo, esa mañana, no hubo problemas para levantarse más temprano, y acompañar a su hijo en la tarde, cuando llegara con sus amigos, tenía unos días libres y pensaba aprovecharlos al máximo. Estaba más preocupada por las pesadillas, que por el posible resultado del semestre, Marcos era naturalmente inteligente, y no parecía requerir mucho esfuerzo el que obtuviera buenas calificaciones. Pero nunca había tenido pesadillas en sus 20 años de existencia, y cuando comenzó a notar las ojeras en la cara de su hijo se inquietó, la invadió una intranquilidad que superaba su reconocida sobreprotección.

Josefa también vio el círculo en las nubes y le extrañó lo rápido que se fue el frío de la mañana.

A eso de las 2 de la tarde, Marcos llegó junto a Samuel y Pablo a su casa. Josefa les tenía preparada una carne asada con puré de papas y salsa, que era el plato favorito de Marcos, y de sus amigos, “los vikingos” como les llamaba Josefa.

- hola señora Jo - dijeron los muchachos al entrar.
- hola chicos, como estuvo el semestre? –.

Las irregulares muecas de los vikingos la hicieron reír, pero la cara de su hijo le borró la sonrisa de un plumazo, Marcos entraba pálido, con una media sonrisa en el rostro

- Estoy bien, solo creo que pesqué una gripe o algo parecido – dijo Marcos – aun así no les daré espacio a estos para que me ganen en el pool – agrego mirando a sus amigos.

Pero la verdad es que las cosas no mejoraron, a medida que la tarde avanzaba y la temperatura subía, Marcos se ponía más blanco y sudaba con mayor intensidad, aunque trató de mantener el estado anímico alto, en la tarde comenzó a faltarle la respiración. Pensando que se trataba de una baja en las defensas y una repentina fiebre, lo acostaron en su cama y Josefa le empezó a dar líquidos, aterrada, solo esperaba una muestra de dolor para llevarlo al hospital. Samuel y Pablo no quisieron irse a su casa, hasta ver que Marcos estuviese mejor.

Durante algunas horas, Marcos estuvo más tranquilo, solo sudando y con molestias en la espalda. Fue justo a la media noche cuando comenzó a gritar.


La Primera Pesadilla

Marcos se encontraba en una alta sala circular, en una silla curva cuyo alto y extraño respaldo le proyectaba una leve sombra sobre el rostro, al igual que a los otros tres que lo acompañaban en la sala. De pronto, apareció una esfera de cristal en sus rodillas, y aunque fue consiente de que a dos de los otros tres se les aparecieron más esferas (al cuarto no se le apareció nada), eso no le molestó. Lo que si le extraño, fue ver el sereno rostro de su madre en la esfera, por lo cual la tomo con seguridad en sus manos.

Luego, unas antiguas cajas de madera aparecieron flotando frente a cada uno, al abrirse, Marcos vio que la caja contenía el espacio preciso para depositar su bola de cristal. El entendió que debía dejarla en la caja y así lo hizo, con preocupación, ya que comprendió que esa bola era su madre. Una vez depositadas, las cajas se cerraron y se alejaron, de alguna forma, Marcos supo que era lo correcto, sin importar que representaban esas esferas, ellas estaban donde tenían que estar “a salvo” pensó.

El individuó sin esferas ni se inmutó cuando su caja se fue sin ni siquiera abrirse. Pero otro de los jóvenes sentados se inquietó mucho, cuando movió las piernas por la intranquilidad (que era lo único que las sombras de las sillas permitían ver claramente), marcos se dio cuenta que era una mujer.

Un repentino movimiento los sacudió a todos, sin embargo, parecían pegados al respaldo de la silla, el movimiento parecía crecer y Marcos sintió que subían, a pesar del ruido, no hubo mayor miedo entre los 4 jóvenes, hasta que la muchacha empezó a gritar.

Marcos vio como desde el regazo de ella, una esfera de cristal salió directo al suelo, al parecer ella no había querido dejarla en la caja y la escondió todo lo que pudo, pero el movimiento la hizo saltar. Cuando la esfera se rompió en el suelo, Marcos sintió que las nauseas lo invadían, mientras que de los trozos de cristal manaba una gran cantidad de sangre. La muchacha por su parte gritaba de horror, aun pegada a la silla, sin poder hacer nada, al igual que Marcos, al igual que los otros dos jóvenes que estaban junto a ellos, la sangre lo envolvía todo, los inundaba de pena y dolor, los ahogaba.

Marcos despertaba gritando cada vez que tenía ese sueño.



La Espalda

En el box de urgencias, apenas con pulso y casi sin respiración estaba Marcos. La doctora Ángel estaba consternada, al parecer su paciente debía estar en coma, pero todas las funciones neuronales estaban en perfecto estado, los reflejos, las pupilas, todo. Lo más insólito era la temperatura del paciente, si la doctora hubiese sabido que la madre del chico era chef, habría asegurado que la mujer traía a su hijo luego de coserlo en una olla gigante. Fuera del box, Javiera trataba de controlar a Josefa, que estaba al borde de una crisis de pánico, mientras Samuel y Pablo caminaban en círculos por los pasillos.

Cuando se preparaban para traer hielo y tratar de bajar la temperatura de marcos, este empezó a convulsionar, se sacudía tan fuerte que lanzó lejos a los forzudos enfermeros que trataron de mantenerlo fijo en la cama. En un instante de conciencia, Marcos grito “mi espalda”, mientras seguía convulsionando.

-¡¡¡ Hay que voltearlo, ahora!!!- grito la Doctora.

Cuando lo hicieron, todos vieron con asombro esas dos protuberancias que se inflamaban en la espalda de Marcos, justo a cada lado de la espina dorsal a la altura de los omóplatos. Al parecer fue una sabia decisión cambiar la posición de Marcos, ya que dejo de convulsionar, aunque comenzó quejarse por el dolor, lo que era un buen signo de conciencia.

La mente de la doctora Ángel repasaba los conocimientos de la escuela de medicina “inflamaciones, ganglios, posibles virus, bacteria asesina, hinchazón psicosomática”, tratando de buscar una explicación a todo lo que había pasado y a lo que veía pasar, mientras la impotencia la invadía al ver como crecían las protuberancias, mientras veía la piel enrojecida de ese pobre muchacho que (estaba segura) no sobreviviría esa noche. El cuerpo de Marcos dejó de moverse, solo las protuberancias se retorcían debajo de la piel, provocando quizás que horrorosos dolores en la espalda del joven, cuya respiración se hizo más notoria y constante. Durante unos segundos se produjo una tensa tranquilidad, Marcos sollozaba, mientras el personal del hospital observaba con profunda pena la resignada agonía del muchacho.

- Por favor - se escucho la voz terroríficamente tranquila de Marcos – por favor…
- Acá estoy – dijo la Doctora mientras se acercaba – dime, lo que sea, te ayudaré -
- Por favor… déjeme morir – dijo Marcos mirando profundamente los ojos y el alma de la Doctora, que por primera vez en muchos años, sintió que las lágrimas la inundaban.
- Te prometo que no te dejaré – digo la Doctora con todo el corazón – te juro que saldrás adelante.

Se colocó cerca de la espalda de Marcos y pidió un bisturí.

El procedimiento duró menos de lo que la doctora esperaba, tocó las protuberancias y se dio cuenta que eran como dos gusanos que tenían un origen, que parecían estar pegados a el, como una especie de raíz, y que los extremos trataban de abrirse paso recorriendo la espalda de Marcos. Con gran precisión, hizo dos incisiones paralelas en la espalda, introdujo las manos y sacó las protuberancias, dejándolas “en libertad”.

Solo entonces se dio cuenta que eran alas, seguramente no fue la única que llegó a esa conclusión, dos de las auxiliares se persignaron y un enfermero se puso a rezar, mientras ella miraba con asombro como las protuberancias tomaban firmeza y se acomodaban en la espalda de marcos, mientras este parecía volver a respirar con tranquilidad.

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